miércoles, 29 de febrero de 2012

RAMÓN J. SENDER Y "EL RÉQUIEM"

La próxima lectura es la novela de Ramón J. Sender Réquiem por un campesino español. Es una obra breve que podéis encontrar en cualquier biblioteca; está publicada por la editorial Destino a precio asequible, por lo que podéis invertir en ella para ir formando vuestra propia biblioteca personal de libros en formato tradicional. Está bien que el libro electrónico que será, seguro, vuestra forma más habitual de leer conviva con sus hermanos mayores, los libros de papel.




Ramón J. Sender
Aquí, debajo de la foto de Sender, tenéis el enlace a los apuntes de La novela de posguerra. Análisis de Réquiem por un campesino español. Se los dejo también a Gema en la fotocopiadora, y los copio a continuación. ¿Quién da más?


CONTEXTO HISTÓRICO Y LITERARIO DE LA OBRA

El final de la Guerra Civil con la victoria del general Franco dio paso al largo periodo que conocemos como franquismo (1939-1975). Con el tiempo, las restricciones y limitaciones impuestas por el régimen de Franco en la primera posguerra darían paso a una mayor apertura, hasta  llegar, en los últimos años del  franquismo, a un periodo en el que, sin libertades políticas todavía, el arte y la literatura pudieron desarrollarse con cierta normalidad, si exceptuamos lo tocante al sexo y a la ideología política, dos aspectos especialmente vigilados y perseguidos por el régimen hasta el último momento.
Pero en la inmediata posguerra, los difíciles años cuarenta y primeros cincuenta, la novela española, como las demás manifestaciones de la cultura del país, tuvo que enfrentarse a las consecuencias negativas de la Guerra Civil. En lo político, se inició un terrible proceso de represión; en lo económico, hubo que enfrentarse al hambre y a las privaciones, no solo a causa de la propia guerra sino también por la autarquía del régimen, que imposibilita la recuperación del país y su modernización, además de condenar a la penuria a una buena parte de la población. En lo relativo a la cultura, todo se vio dominado por las consignas oficiales, el patriotismo más rancio y la religión católica, dado que la Iglesia Católica ha legitimado al régimen desde el momento del alzamiento. La censura es implacable con la prensa y con toda manifestación artística y, también, con la novela. Todo pasa antes de darse a conocer al público por un censor gubernativo y otro eclesiástico que expurgan o prohíben determinadas obras. Además se puede hablar también de una censura interna, que lleva a los escritores a  autocensurar sus propias obras por el miedo a las posibles represalias del régimen. El conjunto de la situación dificultó enormemente  el desarrollo de la vida intelectual y, más en concreto, de la literaria.
El conflicto supuso, pues, un profundo corte en la evolución cultural. El régimen de Franco se empeñó en forjar una nueva cultura española radicalmente diferenciada de la anterior, para ellos indiscutiblemente asociada a la República. En el caso de la novela, este corte se acentúa por la conjunción de una serie de  factores:

  • La muerte de algunos de los grandes modelos de la novela española anterior (Unamuno, Valle-Inclán).
  • El exilio obligado de otros autores que habían comenzado a destacar antes del conflicto: Max Aub, Francisco Ayala, Ramón J. Sender, etc.
  • Las nuevas circunstancias políticas y la censura mediatizan la continuación de las  tendencias novelísticas dominantes antes de la guerra, como la novela de corte social (prohibida por las posibles connotaciones políticas) y la novela deshumanizada y vanguardista (vistas con recelo pues se asociaban a escritores marcadamente republicanos).
  • La férrea censura se muestra encarnizada no solo con los escritores españoles, sino también con los extranjeros, especialmente con los que han procedido en los últimos decenios a la renovación de la novela en todo el mundo (Joyce, Proust, Kafka…), que serán prohibidos igualmente, por la cerrazón mostrada ante cualquier novedad, vista siempre como sospechosa.
  • Como consecuencia de todo lo anterior, se impulsa oficialmente la traducción de novelas insulsas e irrelevantes, que triunfan en España mientras se ignora a las novelas más importantes.

Por todo ello, la novela española en la posguerra debe, prácticamente, comenzar de nuevo. Los novelistas de estos primeros años tendrán que buscar un nuevo camino, y esa búsqueda de un nuevo camino implicará que nos encontremos en la década de los 40 con la coexistencia de múltiples tendencias novelísticas.
Para empezar es inevitable distinguir la novela que se desarrolla dentro del país de la que, en el exilio, escriben los numerosos autores que salieron de España tras el conflicto ─ a los que J. Bergamín, uno de los exiliados, denominó "la España peregrina"─. Esto afectó, por supuesto, a todas las artes y manifestaciones de la cultura nacional pero, en el caso de la novela alcanza una dimensión notable.

La novela del interior.

Dentro del país, la novela de los años 40 volvía a moverse en los terrenos del realismo. Sus autores principales pertenecen, por edad, a lo que podríamos llamar generación del 36. A ella pertenecen autores como C. J. Cela, G. Torrente Ballester, M. Delibes, J. M. Gironella, C. Laforet, I. Agustí, L. Romero, etc. Rota la relación con las tendencias novelísticas anteriores a la Guerra y aislados de la evolución que sigue la novela occidental, los escritores del interior buscan un punto de arranque en la tradición realista española. Pero esta orientación realista los lleva en corrientes diversas y con ciertas peculiaridades. Conviene distinguir, al menos, dos grandes líneas:
o    Una novela triunfalista, de filiación falangista, que defiende las nuevas circunstancias políticas del país. Esta novela defiende los valores tradicionales (Dios, Patria, Familia) y justifica la Guerra Civil y sus consecuencias, culpando de las mismas al bando perdedor. Es lo que hacen, por ejemplo, Agustín de Foxá en Madrid, de corte a checa y García Serrano en La fiel infantería.
o    Una serie de tendencias que, sin que encontremos en ellas una crítica o denuncia directa (para eso habrá que esperar a los años cincuenta), presentan una visión del mundo más desarraigada o existencial. Temáticamente, estas novelas girarán en torno a la amargura de las vidas cotidianas, la soledad, la inadaptación, la muerte y la frustración. Las causas de esta amargura vital se encuentran en la sociedad de la España de los años cuarenta, marcada por la pobreza, la incultura, la violencia, la persecución política, la falta de libertades... Entre ellas podemos destacan por su trascendencia dos corrientes:

o    El llamado tremendismo, iniciado por Camilo José Cela con La familia de Pascual Duarte en el año 1942, el relato autobiográfico de un condenado a muerte que trata de explicar sus crímenes como consecuencia del primitivismo y la brutalidad que determinaron su vida. Su éxito atrajo a muchos continuadores que explotaron historias que nos retratan un mundo y unos personajes dominados por la violencia y por la miseria y escritas con un estilo bronco. Por su fuerza expresiva, se puede considerar a la obra de Cela como la primera señal de renovación de la novela de posguerra.
o    Una novela existencial, que se inicia con la novela Nada de Carmen Laforet en 1945, y continúa en 1948 con La sombra del ciprés es alargada de Miguel Delibes y con Gonzalo Torrente Ballester y su Javier Mariño. Nada será la primera obra que refleja la vida de miseria de la posguerra en el ámbito urbano..

Técnicamente, todas las novelas de este periodo se caracterizan por su sencillez y tradicionalidad: es general la narración cronológica lineal, con  ausencia de saltos temporales y el empleo del narrador en tercera persona.

La novela de los años 50 se va alejando poco a poco de la preocupación existencial anterior para centrarse en los conflictos sociales y en la denuncia de la injusticia. España empieza a salir del aislamiento internacional, la censura empieza a dar muestras de cierta  tolerancia y todo ello permite que la influencia de los renovadores de la novela de la literatura universal se empiece a manifestar en los españoles. De ellos (los neorrealistas italianos como Moravia o Vittorini; la "generación perdida" norteamericana formada por F. S. Fitzgerald, W. Faulkner, E. Hemingway, etc.) aprenden nuevas técnicas narrativas: protagonismo colectivo, concentración temporal y espacial de los hechos, empleo del narrador objetivo, relato fragmentario, etc.
Son los novelistas más jóvenes quienes llevan a cabo la renovación, pero lo harán ayudados o siguiendo el ejemplo de algunos de los novelistas anteriores, como Cela, Delibes o Torrente Ballester que evolucionan. Del primero de ellos es La colmena, la novela emblemática de la década, tejida con las historias entrecruzadas de varios personajes que frecuentan un café madrileño y que reflejan la amarga existencia cotidiana en la ciudad de Madrid. La censura rechazó la primera versión de la obra que hubo de ser publicada en Argentina varios años más tarde. Pero su renovación formal es mucho más relevante que su valor como denuncia.
También renovadora es La noria de L. Romero. Si estas novelas presentan la vida de la gran ciudad, las novelas de estos años de M. Delibes muestran la vida en el campo o en la ciudad de provincias. Así ocurre con Las ratas o El camino.
En la segunda mitad de esta década se produce la aparición y rápida consagración de  otra generación de novelistas, que vivieron la guerra en su infancia y sufrieron, por tanto, todas las restricciones de la posguerra en su formación. Muchos de estos escritores denunciaron el atraso político, social y cultural del país, desde una óptica que podemos denominar neorrealismo y desde otra, más escorada hacia la denuncia, a la que se denomina realismo social. Este propósito crítico lastró la obra de algunos de ellos, demasiado pendientes de la labor de denuncia y poco atentos a la calidad literaria. Pero algunos supieron aunar el compromiso del escritor con la sociedad de su tiempo y la calidad artística, dando lugar a obras notables, entre las que están algunas de las mejores novelas españolas del siglo. Es el caso de El Jarama de R. Sánchez-Ferlosio, Gran Sol de I. Aldecoa, Los bravos, de J. Fernández Santos, Entre visillos de Carmen Martín Gaite, etc.

Los años 60 son los años de la renovación de las formas narrativas en la literatura española. Esta renovación coincide en el tiempo con cambios sociales y económicos en el país (España sale de su aislamiento y comienza el desarrollo económico, el auge del turismo extranjero favorece la renovación de las costumbres, la censura se flexibiliza con la Ley de Prensa de 1966,  etc.).
Los escritores proceden a experimentar con todos los elementos de la narración (fragmentación del relato, ruptura de la secuencia cronológica, investigación sobre las posibilidades del narrador, novedosa presentación del diálogo, uso del monólogo interior…), impulsados por las traducciones de los grandes renovadores de la novela en el mundo y con la influencia creciente de los escritores hispanoamericanos que darán lugar a lo que se conoció como  el Boom hispanoamericano: M. Vargas Llosa, Mújica Laínez, J. Cortázar, j. Rulfo, G. García Márquez, J. L. Borges, etc.
La excelente Tiempo de silencio de L. Martín Santos es el revulsivo que la novela española necesitaba y su ejemplo es seguido por veteranos que se ponen al día (G. Torrente Ballester con La saga / fuga de JB, M. Delibes con Cinco horas con Mario, C. J. Cela con Oficio de tinieblas 5) y autores de la generación anterior que también renuevan su estilo (J. Goytisolo con  Señas de identidad, Juan Benet con Volverás a Región, J. Marsé con  Últimas tardes con Teresa, etc.).

La novela del exilio

El drama de los escritores del exilio es que tuvieron que renunciar a sus lectores naturales, pues sus obras no fueron conocidas en el interior del país hasta muchos años después, y solo en el caso de los escritores más famosos. Además, su situación los condenó al permanente recuerdo de la patria perdida y a  la evocación constante de la Guerra Civil. Entre los casi cien novelistas de la España del exilio hay una docena de autores de importancia, y a ellos pertenecen varios de los títulos más importantes del periodo. Sin embargo, entre ellos no hay uniformidad debido a la diferencia de edades, planteamientos narrativos, evoluciones personales de cada uno, etc. Se pueden establecer al menos dos grandes grupos: los novelistas que ya habían empezado su obra narrativa antes de la guerra y aquellos que la inician después de 1939.
Entre los primeros se pueden distinguir, a su vez, dos grupos: los que antes del conflicto desarrollaron una novelística social y de tendencia realista (cuyo representante más señalado es Ramón J. Sender, del que hablaremos más en profundidad más tarde) y los que optaron antes de la Guerra por una novela más vanguardista e intelectual. Entre los autores pertenecientes a este segundo grupo destacan los nombres de Rosa Chacel, Max Aub y Francisco Ayala, muy relacionados antes de 1936 con la estética de la deshumanización del arte impulsada por Ortega y Gasset. Los tres desarrollan la mejor parte de su obra después de la guerra y son autores, además de una amplia obra en otros géneros, de algunas novelas importantes: Muertes de perro y El fondo del vaso, de Ayala; la serie El laberinto mágico, formada por seis novelas, de Max Aub y Memorias de Leticia Valle y Barrio de Maravillas, de R. Chacel.
Evidentemente, después de la Guerra, cada autor seguirá su propia evolución y autores que antes habían seguido una corriente determinada, en el exilio desarrollarán una obra dentro del planteamiento opuesto.
De los muchos novelistas que iniciaron su obra novelesca ya en el exilio, una vez terminada la Guerra Civil, se pueden destacar los nombres de Manuel Andújar (autor de la serie de novelas titulada Lares y penares) y Arturo Barea, autor de la trilogía La forja de un rebelde, escrita en español pero publicada antes en inglés.
A partir de los años 60 carece ya de sentido seguir hablando de narrativa del exilio, porque a partir de esa fecha algunos autores vuelven al país, otros dejan de escribir o publicar y otros, finalmente, empiezan a ser integrados en la vida cultural española aun manteniendo su residencia en el extranjero, como es el caso de Ramón J. Sender.


RAMÓN J. SENDER.

La vida de Ramón J. Sender, nacido en 1901, está llena de peripecias, derivadas, primero, de su mala relación con su padre, lo que le llevó a buscarse la vida en el periodismo ya con 14 o 15 años y, poco después, con solo 17 años, a una precipitada huida a Madrid, donde llegó a vivir en la calle. Reclamado otra vez por su familia, volvió a su Aragón natal y compaginó el periodismo con la actividad política dentro de grupos revolucionarios, actividad que, después de luchar durante dos años en la Guerra de Marruecos, lo llevaría a la cárcel durante la dictadura de Primo de Rivera.
En esos años comienza su obra literaria, al principio marcadamente política y revolucionaria, que alterna con una actividad política que oscila entre el anarquismo (del que criticaba su escasa organización) y el comunismo, del que finalmente se alejará (hasta el punto de que se puede afirmar que su oposición al comunismo fue tan enconada durante su vida como la que mantuvo ante el general Franco). Al iniciarse la Guerra Civil, su mujer se refugia con su familia mientras él se incorpora como miliciano al ejército de la República y participa en la contienda durante un tiempo, dedicándose posteriormente a defender la causa republicana en el exterior por diferentes medios, especialmente la elaboración en Francia de una revista, "La voz de Madrid". Tanto la mujer como el hermano del escritor fueron ejecutados por los Nacionales. Cuando Barcelona cae en poder de Franco, Sender emprende el exilio con sus dos hijos, estableciéndose primero en México y luego en EE. UU., donde se dedicó a la enseñanza de la Literatura en diversas universidades.
En EE. UU. su radicalismo se debilitó, en buena parte por la persecución de las autoridades americanas durante la caza de brujas. Llegó a firmar un manifiesto anticomunista para salvaguardar su trabajo y, ya en los años 70, alternó su residencia en Estados Unidos con largas estancias en la España de los últimos años del franquismo, donde se habían empezado a publicar sus novelas y había empezado a convertirse en un escritor respetado y popular. Recuperó su nacionalidad española, sin embargo, sólo después de la muerte del dictador aunque no llegó a hacer realidad su anunciado regreso definitivo al país y murió en EE. UU. en 1982.
Su producción literaria es enorme en todos los géneros (teatro, poesía, ensayo, colecciones de artículos, cuentos, etc.), si bien destaca en la novela. Su época de mayor interés es la que va de 1939 a los primeros años sesenta. En estos años, como hizo antes y también después, escribió decenas de novelas de diferente tipo y calidad irregular.
Resulta difícil por  su cantidad y su variedad clasificar esta obra tan enorme. Se pueden destacar una serie de líneas maestras que siguen sus novelas. Una de ellas sería la línea autobiográfica, presente en momentos puntuales en muchas de sus  novelas, pero que en la que sin duda destaca su gran serie Crónicas del alba, formada por nueve novelas en las que mezcla autobiografía y ficción. Otra línea estaría relacionada con su interés por la novela histórica, tanto la basada en acontecimientos del pasado reciente (Mr. Witt en el cantón) como las que se desarrollan en el pasado más lejano (La aventura equinoccial de Lope de Aguirre). Sender mostró también durante toda su carrera una gran predilección por una narrativa de tipo alegórico, con diversa intención (satírica, filosófica, poética…). A esta tercera corriente de su novelística pertenecen títulos como El rey y la reina o Epitalamio del prieto Trinidad. La última línea importante en su producción narrativa es la que se desarrolla dentro de un realismo con implicaciones sociales. A esta línea pertenecen Imán, su primera novela, y su obra hoy más recordada, Réquiem por un campesino español.

RÉQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL

Esta novelita fue publicada en primer lugar en 1952 con el título de Mosén Millán, que fue convertido en el actual Réquiem por un campesino español en la edición bilingüe para EE. UU. de 1960 porque el original carecía de sentido para el público norteamericano. Obtuvo un gran éxito desde el principio, convirtiéndose en el libro español más traducido en el mundo después de El Quijote. En España no pudo ser publicada, sin embargo, hasta 1974.
Es una novela muy breve y, aparentemente, sencilla. Su primer título se relaciona con el hecho indudable de que Mosén Millán es el eje sobre el que se construye la narración. Se trata de un cura  que espera en la sacristía a que llegue la gente a la misa de réquiem que va a celebrar por un vecino del pueblo muerto un año antes. Durante la espera, el cura recuerda la vida del fallecido, Paco el del molino, con quien estuvo muy unido y al que, sin embargo, traicionó y llevó a la muerte, fusilado sin juicio en los años de la Guerra Civil. Los recuerdos se mezclan con el remordimiento del sacerdote, llevando la novela hacia un final amargo: nadie acude  al funeral de Paco, a quien en vida todos los vecinos apreciaban, salvo los tres ricos del pueblo que fueron los que instigaron su captura y asesinato.

Temas de la obra

La novela admite diversos niveles de lectura, y en cada uno de ellos el tema es uno distinto. La primera lectura nos presenta la historia de un conflicto ético, que gira en torno al tema de la dignidad del hombre. La novela se presenta como el intenso examen de conciencia de Mosén Millán tras el que espera recibir el perdón de sus pecados, provocados por su actuación cobarde e indigna, que contrasta con la actitud intachable y digna en todo momento mostrada por Paco. La paradoja es que esta vez no son los feligreses quienes reciben el perdón por parte del sacerdote, sino éste quien espera de ellos su redención. El remordimiento no obtiene su fruto, puesto que el perdón no le es concedido, ya que ningún vecino de la aldea asiste finalmente a la misa de réquiem.
Como  el ser humano individual se convierte necesariamente en un ser social por su relación con sus semejantes, la dignidad humana se aborda también desde una perspectiva social. Hay, así, una intención de darle un carácter universal a la obra, puesto que la historia individual se transforma en una parábola moral con un alcance mucho más amplio. El tema se convierte así ahora en la justicia social. En este plano encontramos una representación algo esquemática y maniquea de la vida social, pues los desheredados son inocentes y buenos y los terratenientes son injustos y violentos.
La vida campesina se nos presenta mediante una especie de cuadro costumbrista del “territorio mítico aragonés” creado por el autor. Esta representación de la vida rural española reproduce la realidad social del caciquismo y el atraso de la vida en el campo y responde a una característica común a varios escritores del exilio: una visión idealizada  de la patria perdida. Se opone la cultura popular ancestral (espontánea, alegre y primitiva) a la estructura social que imponen las clases dominantes y represoras (los terratenientes, la Iglesia); de hecho, la aparente convivencia del principio de la novela se ve truncada en el momento en que los humildes se liberan y tratan de salir de su estado de sumisión. En este contexto antropológico es importante observar el conflicto entre Mosén Millán y la Jerónima. Mosén Millán representa un elemento de orden, de respeto por lo establecido, mientras que la Jerónima es un ejemplo de un modo de vivir ancestral y primitivo, una especie de anti-sistema. Cada uno de ellos tiene su propio feudo, al que el otro nunca se acerca, en el que ejercen de sacerdote y sacerdotisa, con sus fieles y su público: la iglesia es el dominio del cura y el carasol y el lavadero lo son de la Jerónima. Ambos manifiestan su desprecio por el espacio del otro. El carasol desempeña, además, una función de periódico oral, en una sociedad en la que mucha gente era analfabeta. Hasta cierto punto, ese refugio de mujeres representa la supervivencia del poder matriarcal de tantas comunidades antiguas.
La actitud social de Sender es, en todas sus obras, de compromiso con los de abajo, con las víctimas de la injusticia.  Pero, como las cuestiones sociales se hallan mediatizadas necesariamente por la política, el autor no puede dejar de rozarse con ella en varias de sus obras. La inicial narrativa de "combate" del autor deja paso en Réquiem… a otra menos politizada, en la que podemos percibir una cierta visión del mundo pero no una ideología doctrinaria concreta. Tenemos entonces una tercera lectura, de claro contenido político. El tema central es, en esta última lectura, la Guerra Civil Española. La recurrencia de este tema es algo común a todos los escritores del exilio. La misa de réquiem se sitúa en el año 1937, uno después del comienzo de la guerra. No obstante, la referencia histórica a ella es oblicua y elusiva pues el conflicto en sí está prácticamente ausente del relato (solo se hacen dos menciones explícitas a él). Sin embargo, cualquier lector mínimamente avezado es capaz de percibir esta lectura "política" de la novela, de carácter alegórico, en la que no es difícil ver en la vida y la muerte de Paco una representación simbólica de la Guerra Civil Española, de sus causas, de los elementos principales del conflicto y  de sus consecuencias: cuando el pueblo español (Paco) empieza a ser consciente de las injusticias en España (la aldea), decide tomar parte en la política para conseguir un reparto más justo de la riqueza (el advenimiento de la II República). Este hecho asusta a los ricos de toda la vida (D. Gumersindo y D. Valeriano) así como a la burguesía adinerada (el señor Cástulo) y a la Iglesia española (Mosén Millán), que temen perder sus privilegios. El conflicto estalla cuando el pueblo (Paco) decide llevar a cabo la reforma agraria (dejar de pagar las rentas por las tierras al Duque). Es entones cuando estalla la Guerra Civil (lo señoritos de la ciudad toman el pueblo) y la instauración de Franco (D. Valeriano) como dictador (alcalde). Bajo el gobierno de Franco comienza un reinado de terror: el librepensamiento (el zapatero) es asesinado, la ciencia y la cultura (el médico), encarcelados; la libertad de expresión (el carasol), acallada; el pueblo (Paco) asesinado con la connivencia de la Iglesia (Mosén Millán) que ampara la barbarie, traicionando al pueblo (Paco). 
No es difícil percibir, en esta lectura, un marcado anticlericalismo en la obra, que para algunos supone otro tema importante en la novela. El anticlericalismo resulta más patente aún si nos fijamos en el paralelismo que se establece entre la muerte de Paco y la de Jesucristo, paralelismo que se explica en el apartado siguiente, al examinar el personaje de Paco. La lectura es, así, muy significativa: la institución de la Iglesia (Mosén Millán) traiciona a Jesús (Paco) por situarse del lado de los poderosos.
Por último, podríamos señalar la existencia de un tema transversal, que se materializa en forma de referencias a la vida del autor. Muchas de sus novelas contienen episodios más o menos autobiográficos y en otras lo autobiográfico es el elemento esencial. En Réquiem…, el capítulo de la visita a la cueva tiene un reconocido carácter autobiográfico. Además, resulta evidente cierto paralelismo entre las circunstancias de la muerte de Paco con las de la muerte del hermano del autor: tenían aproximadamente la misma edad al morir, ambos fueron asesinados sin juicio previo, ambos habían sido concejal o alcalde en la República y ambos se habían casado poco tiempo antes. Algunos críticos llegan a ver en todo esto una cuarta posible lectura de la novela, vista así como un homenaje a su hermano Manuel, mediante una especie de biografía literaturizada.

Personajes de la obra

En general, se puede afirmar que la técnica con la que se nos presenta a los personajes es impresionista: no hay una descripción precisa y completa de ellos, sino más bien una visión fragmentaria,  formada por diversas escenas. Las breves dimensiones de la novela no permiten, ciertamente, una caracterización minuciosa de los personajes.
Mosén Millán: Al ser el personaje a través del cual el narrador nos traslada los acontecimientos, Mosén Millán es el único personaje que aparece interiorizado: conocemos sus pensamientos y sentimientos frente al resto de personajes, de los que sólo recibimos información por sus actos. De hecho la novela es prácticamente un examen de conciencia de este hombre. Su relación con Paco se define por un vaivén que va de la cercanía (bautizo, niñez, boda y muerte) a la distancia (mocedad y cambio político). En cuanto a su personalidad, se nos presenta como un hombre pasivo, cobarde,  débil y superado por las circunstancias, que se debate en un conflicto moral entre sus deberes sacerdotales y sus deberes humanos, lo que le provocará un fuerte sentimiento de culpabilidad que sólo es consolado mediante la apelación a sus obligaciones religiosas. No se cuestiona nada de lo aceptado o tradicional. Todo esto le lleva a la soledad y el abandono cuando el pueblo le da la espalda al verlo convertido en un instrumento del poder. La inasistencia a la misa es la declaración de condena unánime del pueblo, pues para él, la misa era la ocasión de recibir la redención por su pecado. Su único alivio final es negarse a que le paguen la misa de réquiem. Es un personaje de espacios cerrados, siempre recluido en su iglesia.
Paco: No se hace una descripción física de él, sino que se atiende preferentemente a su personalidad osada y vehemente. Tiene una psicología sencilla, es sincero, valiente, independiente y es la antítesis de Mosén Millán: mientras el cura cree que no se puede hacer nada para cambiar las cosas, Paco cree que las cosas se pueden y se deben cambiar. Su actividad política se ve alentada más por un impulso elemental de búsqueda de justicia y defensa de la dignidad del prójimo, que por unas convicciones ideológicas o doctrinales profundas. Representa también las figuras de héroe y de víctima. Héroe porque se convierte en leyenda a través del romance, y víctima porque su muerte tiene la función simbólica de representar el destino desesperado  de todo el pueblo. Como con los héroes clásicos, ya desde un principio conocemos su destino trágico, y los recuerdos del cura nos irán mostrando una vida cargada de fatalismo mediante varias premoniciones o señales de su fin trágico, siempre relacionadas con el cura: el episodio del amuleto, el de la extremaunción o el de la boda. Se aprecia fácilmente cierto paralelismo entre su muerte y la de Cristo, pues los dos son víctimas de una delación, mueren en compañía de otras dos personas y son ejecutados por un centurión. Sin embargo, la gran diferencia es que la muerte de Paco no redime a su pueblo. El paralelismo es evidente con las palabras del cura justo antes del asesinato de Paco: "A veces, hijo mío, Dios permite que muera un inocente. Lo permitió con su propio Hijo, que era más inocente que vosotros tres."
Resto de personajes: En todo el conjunto hay un componente folclórico. La Jerónima encarna el espíritu ancestral y supersticioso y con sus habladurías agita la apacible vida de la aldea.  Muestra su elemento cómico en la relación con el zapatero. Éste representa el espíritu inconformista y escéptico y funciona como portavoz que anticipa los cambios políticos. El médico se corresponde con el espíritu racional e ilustrado. La familia de Paco no tiene especial relevancia en la novela, aunque se puede mencionar al padre por el papel que tiene de modelo vital de su hijo (especialmente por los comentarios tras el episodio de la cueva).
Los ricos son los agentes de la represalia: Don Cástulo es un oportunista que se limita a estar a bien con el poder y que basa su fuerza en la tenencia de un coche, símbolo de riqueza (y que significativamente, lo mismo cede para el viaje de novios de Paco que para su ejecución). Don Valeriano es el principal responsable de la barbarie que se produce en el pueblo y muestra su hipocresía al principio de la obra, mientras que Don Gumersindo se limita a ser un comparsa del anterior. El Duque, más que un personaje es una referencia social.
También podemos hablar de algunos personajes colectivos. Podemos señalar como tales a las mujeres del lavadero y del carasol, que tiene una función de conciencia del pueblo y memoria colectiva, algo equivalente a la función del coro en la tragedia clásica; a los señoritos o pijaítos, que traen la violencia y la muerte al pueblo, y al conjunto de los campesinos del pueblo.
Finalmente, podemos hablar de un personaje simbólico, el potro de Paco, que al principio desencadena los recuerdos de Mosén Millán y al final se muestra como recuerdo vivo de su amo, como símbolo de la supervivencia de esa España que Paco representaba.

Técnica narrativa de la obra

Uno de los grandes aciertos de la obra estriba en la forma de contar la historia.  La voz narrativa se corresponde con la tercera persona del singular. La historia es relatada por un narrador omnisciente, que posee un conocimiento total de los personajes (nos descubre sus pensamientos y sentimientos).  
El punto de vista, sin embargo, es complejo y combina varias perspectivas. En realidad, nos encontramos ante dos historias que se cuentan intercaladas.  Por una parte, nos encontramos ante el breve espacio de tiempo en el que  Mosén Millán espera en la sacristía a que lleguen los vecinos y familiares de Paco a la misa. Por otro lado,  tenemos la historia de la vida y la muerte de Paco, o mejor dicho, de los recuerdos que tiene el cura de esa historia, pues esa historia se nos narra en forma de escenas sueltas que le vienen a la memoria al cura mientras espera para la misa. Esta segunda historia es narrada, técnicamente, por el mismo narrador, pero lo hace desde la perspectiva del cura, tomando la forma de recuerdos del sacerdote. Esta perspectiva no se respeta escrupulosamente ya que se mantiene la tercera persona y el narrador omnisciente relata episodios de la vida de Paco que el cura no podía conocer, como la entrevista con D. Valeriano, o se introduce en el pensamiento de Paco.
Aún podemos hablar de una tercera línea narrativa que es el romance anónimo que, sobre la muerte de Paco, va recitando fragmentariamente el monaguillo. El romance cumple la doble función de dar entrada a una nueva voz narrativa, distinta de la del cura y de la del propio narrador, que representa la voz de la aldea, la voz del pueblo y, además, adelantar algunos hechos al lector antes de que la memoria culpable del sacerdote llegue a ellos.
Se produce, pues, una alternancia  de puntos de vista narrativos, no de narradores, que introduce mayor amenidad en el relato, y ensancha la historia al presentarla, no solo desde la perspectiva subjetiva y confesional del sacerdote, sino también desde una más objetiva del narrador omnisciente y una más, la del romance, que funciona como una voz legendaria que agranda la figura de Paco, y lo convierte no en una víctima cualquiera, sino en un héroe de proporciones trágicas.

En cuanto al tiempo del relato existe un tiempo externo, referido al tiempo histórico en el que se desarrollan los acontecimientos narrados y un tiempo de la narración. El tiempo externo no se menciona explícitamente, sino que queda fijado por la alusión a un hecho único (la caída de la monarquía y el advenimiento de la República, tampoco nombrada explícitamente sino mediante un símbolo ─la bandera tricolor─). A partir de él podemos establecer la muerte de Paco en 1936 y la misa un año después, en 1937.
El tiempo de la narración se desarrolla en base a dos planos fundamentales, que se corresponden con las dos historias mencionadas antes y, por tanto, tienen lugar en dos tiempos diferentes:

·         Un tiempo presente, que se desarrolla en la sacristía, antes del comienzo de la misa de réquiem. Es un tiempo estático en el que el ritmo de los acontecimientos es muy lento. Entre la primera página (el sacerdote, ya vestido, espera a que lleguen los fieles) y la última (el cura sale para empezar la misa) transcurre poco más de media hora de tiempo real (lo que no difiere mucho del tiempo real de lectura de la novela). La introducción paulatina de nuevos interlocutores en estas escenas (al cura y el monaguillo se van uniendo los tres caciques) rompe el estatismo y monotonía de esta parte de la novela. La aparición del potro al final aumentará el dramatismo.
·         Un tiempo pasado, que se corresponde con la vida de Paco, narrada a través de una retrospección. El punto de partida de este tiempo es siempre  la evocación del párroco, que en ocasiones se produce a partir de recuerdos sensoriales ( el sonido del relincho del potro, la sensación de frío en el bautizo o el olor de las perdices del mismo). Es un relato no lineal, ya que se centra en una serie de escenas, que se corresponden con momentos fundamentales de la vida del campesino (bautizo, matrimonio y muerte), todos ellos evocados en su relación con el cura. Estos recuerdos no afloran de manera desordenada o caótica, sino siguiendo el curso natural de los acontecimientos. Este tiempo de la historia ocupa unos veinticinco años, desde el bautizo de Paco hasta la misa de réquiem. La secuencia temporal no es precisa en la obra e, incluso, en una ocasión hay una contradicción en relación con el tiempo transcurrido (Al recordar el bautizo, se dice "Veintiséis años después, se acordaba de aquellas perdices". Según esto, Paco muere a los veinticinco años. Pero, en otro momento de la novela, en el episodio de la cueva, leemos "Veintitrés años después, Mosén Millán recordaba aquellos hechos…" Como Paco era monaguillo a los siete años, debía tener, según eso, unos veintinueve o treinta cuando muere.).

Ambos tiempos se unen a través del romance recordado de forma fragmentaria por el monaguillo. Este romance constituye la primera fuente de información para el lector puesto que se nos notifica la muerte de Paco incluso antes de que haya comenzado la retrospección.

En relación al espacio, los hechos se desarrollan en una aldea sin nombre en el Alto Aragón, "cerca de la raya de Lérida". Es habitual identificarlo con el pueblo de Alcolea de Cinca, donde transcurrió la infancia del escritor. Pero la localización espacial de la historia no es exactamente realista, sino que el relato se desarrolla en una "geografía imaginaria", una síntesis ficticia de diversos lugares donde transcurrió la infancia del escritor, a la que el propio autor denominó “el territorio” en el prólogo a otra de sus obras. Este concepto del espacio, más propio de un  relato épico o trágico que la representación realista o histórica habitual en una novela, remite a la Galicia mítica de las comedias bárbaras de Valle-Inclán, y más modernamente, al Macondo de García Márquez o la Comala de J. Rulfo.

Estructura de la obra

La obra comienza y termina en una secuencia del presente, con Mosén Millán en la sacristía de la iglesia, por lo que podemos decir que Réquiem por un campesino español tiene una estructura circular.  La novela no está dividida en capítulos. La materia narrativa se organiza secuenciando las distintas etapas de la vida de Paco por medio de  los recuerdos de Mosén Millán. Esta organización en forma de intercalación de casi una veintena de secuencias que van del presente al pasado y viceversa constituye la estructura interna de la novela.
En las secuencias que se desarrollan en el presente, se repiten ciertos motivos. Uno de ellos es la pregunta del cura acerca de si ha llegado algún feligrés para la misa y la constantes negativa del monaguillo. Otro es la imagen reiterada del cura con los ojos cerrados. El tercero es la intención mostrada por los tres ricos del pueblo de pagar la misa (el último nos da la información del precio: diez pesetas, que multiplicado por los tres da como resultado treinta monedas, las mismas que entregaron a Judas por la traición a Cristo). Estas reiteraciones dan como resultado una impresión de estatismo, de intemporalidad, como si el tiempo no avanzase.
En las secuencias que se desarrollan en el pasado la narración es más ágil que en las anteriores. Entre estas  secuencias del pasado podemos observar dos partes bien diferenciadas. Las correspondientes a la infancia y adolescencia de Paco son más parsimoniosas porque el narrador aprovecha para ofrecer un panorama del pueblo y sus habitantes. En esta parte el fondo histórico que subyace a los hechos narrados apenas aparece y se da una visión idealizada de una comunidad rural y feliz.
La segunda parte, formada por las secuencias que recogen la vida de Paco a partir de su boda, presenta un ritmo narrativo progresivamente acelerado. Los acontecimientos históricos que provocan los hechos narrados van adquiriendo mayor relieve y el mundo feliz anterior se llena de miedo, violencia y muerte.




Estilo de la obra

El autor criticaba el concepto de estilo como amaneramiento o afectación retórica. Decía que el mejor estilo era "el que no se percibe" y afirmaba que "el que tiene mucho que decir nunca se preocupa excesivamente por la forma".  La manera de escribir de Sender se ajusta, pues, a los principios de sencillez, concisión y naturalidad, lo que explica que la obra fuera escrita por el autor en una semana. Con frecuencia se relaciona este estilo con el de P. Baroja, escritor al que Sender admiraba como novelista y con el que tenía ciertas afinidades personales (sobre todo su marcado individualismo). Tal vez la dedicación temprana al periodismo haya contribuido a la eficacia y agilidad del estilo senderiano. En este sentido, destaca en esta novela la serenidad ante los hechos narrados, expresados con total sencillez y falta de adornos verbales.
Apenas encontramos descripciones, y las que hay se integran en la narración para potenciar la tensión de la historia. Tienen un carácter funcional y en ellas se utiliza una adjetivación escasa. Dependiendo de la trascendencia de lo descrito son más o menos explícitas: se describe escuetamente el carasol pero la cueva, cuyo ambiente será fundamental para la posterior evolución de Paco, es descrita con más detenimiento. Otro lugar que se describe con cierta detención es la sacristía (símbolo del mundo de Mosén Millán). Los personajes son descritos igualmente de forma escueta, casi impresionista.
Las partes narrativas presentan algunas diferencias de estilo entre sí: en las secuencias del presente, la casi ausencia de acción se contrarresta con las reflexiones de Mosén Millán, la sucesión de preguntas y respuestas con el monaguillo y los diálogos con los tres personajes que van llegando. Hay un predominio de elementos dramáticos.
En las secuencias del pasado el narrador se va demorando en cada uno de los acontecimientos. Se hace palpable una actitud de proximidad, de compenetración con los personajes y las situaciones. Predomina el tono nostálgico.
Hay un cambio radical en las últimas escenas: las atrocidades que se cometen están narradas con absoluta sobriedad, con un distanciamiento que sorprende al lector. Predomina una actitud impersonal.
La razón de este cambio puede ser evitar la caída en un exceso de sentimentalismo e intentar  mantener contenida la tensión.
En cuanto al diálogo, en las escenas del presente, el cura apenas hace más que preguntar al monaguillo y escuchar sin responder a los ricos del pueblo. En las escenas del pasado los diálogos sirven para acercar al lector los hechos narrados y dar una impresión mayor de realismo y de inmediatez. Otras veces, el diálogo intensifica el dramatismo de la acción. En todas las ocasiones, el diálogo sigue la técnica tradicional: estilo directo introducido por un verbo “dicendi”. En cuanto a la caracterización lingüística de los personajes, nos encontramos con que  los campesinos, al igual que Paco, utilizan un habla popular cargada de frases hechas, coloquialismos y refranes, con el añadido de algún vulgarismo. Por el contrario, los ricos muestran mayor afectación lingüística.
El léxico empleado en la novela se corresponde con la historia que se narra y sirve para recrear el ambiente en que se desarrolla. En consecuencia, abunda el vocabulario relacionado con lo religioso (vestidos y ropas litúrgicas, objetos de culto, lugares sagrados…) y con la vida campesina (faenas del campo, árboles y frutos, sonidos de animales…). Encontramos también abundantes ejemplos de aragonesismos (carasol, dijenda, mosén, pardina, diminutivos en -ico y -eta…) y catalanismos.
En cuanto a los recursos literarios, Sender sólo los utiliza para intensificar el dramatismo de la historia. De ahí que en la novela escaseen.
Hay algunas peculiaridades del estilo del autor que pueden deberse al influjo de la lengua inglesa. Así ocurre con una cierta tendencia a colocar el verbo al final de la frase ("Nadie más que el  padre de Paco sabía dónde su hijo estaba") o la abundancia de uso del gerundio.


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